Tengo miedo de escribir esta entrada, miedo porque estoy segura que no importa cuál sea el grado de inspiración en el que logre elevarme, nada le hará justicia a esos infinitos rincones mágicos de Florencia por eso quiero esclarecer que esta es MI experiencia, lo que nos tocó vivenciar, que sin duda, requerirá de mucho más enfoque y detalle, pero como no pretende ser publicidad ni agencia de viajes..... acá comienzan entonces, mis recuerdos de Florencia.
Hace justo un año supe que, por trabajo, debía presentar un poster en una conferencia, en Florencia, Italia. Esa tremenda motivación me permitió preparar con tiempo miles de detalles anexos que la harían mucho más entretenida todavía, ya que había decidido viajar con mi hijo, como regalo de su graduación. Apenas tomamos el avión de Frankfurt a Florencia, se nota inmediatamente el ambiente más latino. Atrás queda la obediencia germana, ahora los hombres comienzan a verse más combinados y arreglados, quizás demasiado, y la gente es definitivamente más expresiva. Pronto, cuando nos avisan que el avión viene atrasado, un par de pasajeros explotan y gesticulan sin que su tono los despeine ni por un minuto, al contrario se ven atractivos. Uno de ellos destaca en particular, por su traje y digámoslo con todas sus letras: por rico.
Llegamos cerca de la medianoche a Florencia, el taxi recorre una ciudad pequeña cuyas luces pincelan dramatismo a la historia de sus monumentos, las motonetas aceleran su paso y muy pronto llegamos a la Piazza de Santa Maria Novella donde nuestro hotel se ubica en una esquina sin carteles ni avisos de ningún tipo." Imposible haber llegados solos" pienso aliviada.
A la mañana siguiente, mi hijo hojeando la revista del hotel, comienza a reirse y dice " mami, este no es el tipo del avión?" y comienzo a reirme con él. El enojón (rico pero enojón) del avión era modelo oficial de Ermenegildo Zegna jajajajajajaja (Esta es la foto, perdonen lo poco).
Después de un desayuno donde los quesos abundaron en más de una decena de variedades tan indescriptibles como inolvidables, comenzamos a adentrarnos en una ciudad simplemente majestuosa que nos recibe con la imponente Catedral de Santa Maria del Fiore, de escenografía natural. Miro a mi hijo para ver si soy la única que lleva la boca abierta mientras el poder magnético del Domo nos atrae, sin titubeo, a esta maravilla gótica. Es la cuarta iglesia más grande del mundo, comenzó a construirse a fines del 1200 y hoy reúne a hordas de gente de todas las edades, de todos los rincones del mundo queriendo retratarse junto a ella. Las colas para entrar serpentean todo su contorno y sin saber donde nos conduce, nos ubicamos en una de ellas, cualquiera, total da igual. De repente aparece una mujer ofreciendo pagar un par de euros extra para pasar directo a la Cúpula. De allá somos y esquivamos literalmente a miles de orientales que cuelgan tras sus cámaras de video y a grupos de adolescentes con cara de lata, evidentemente americanos. Y comenzamos a subir una escalera de piedra angosta absolutamente infinita. Agradezco mis horas de gimnasio y ruego que haya una ventana para no desesperarme...y las hay., fiuu!. Todos subimos sin parar, nadie habla, solo se escuchan los jadeos propios de quienes comienzan a arrepentirse de cada pucho que se fumaron en su vida, pero todos seguimos, en fila, en silencio.
Y llegamos a la mitad. Uf...un par de estatuas nos permiten descansar, agarrar un nuevo aliento y seguir en caracol, cada vez más estrechos, cada vez con las piernas más cansadas. Finalmente tocamos techo, estamos dentro del símbolo de la ciudad, la obra que el arquitecto Brunelleschi comenzó a construir en 1420 y que en su interior contempla un mural simplemente espectacular que yo veo tridimensionalmente, el que fue pintado por varios artistas inspirados por el Juicio Final, pero en este punto preferimos descender porque mi hijo sufre de vértigo y no estamos para andar desafiando esas alturas.
Es lo de menos, Florencia tiene maravillas en cada esquina, en cada rincón, lo que no te entra por la vista, te llega envuelto en un aroma que pronto no puedes resistir. Esta ciudad es un festival de sensaciones y se nota, su historia está impregnada en su gente, en su mesa, en su idioma.
Un poco abrumados mirando un mapa que tiene centenares de puntos de interés turístico, pensamos que lo mejor sería retribuir nuestro esfuerzo físico probando uno de los famosos gelattos, esos helados maravillosos que transforman los sabores en emociones y que lejos de refrescar, agitan el cuerpo entero, quizás producto del azúcar, quizás producto del lugar... y me acuerdo con una sonrisa nostálgica que cuando chica me refrescaba con unas bolsas plásticas con jugo que alguna señora amablemente metía en su freezer y vendía como helado. Linda época...
Seguimos sin dirección, abstraídos en nuestros gelattos y reparamos en una vista que parece conocida, es el Ponte Vecchio, el famoso Puente Viejo de Florencia , el de los candados de amor eterno, lugar que existía antes del año mil y que el gran duque Ferdinando I destiná a los orfebres, quizás por ello, hoy está repleto de joyerías, además de muchísimos turistas. Lo mejor es caminarlo muy temprano, para evitar tumultos o mirarlo de lejos al atardecer donde se tiñe de tonos púrpura que a esa hora vienen de regalo con el cielo de la ciudad. (ojo la foto del atardecer no muestra el Ponte Vecchio)
Como la idea es reconocer terreno, simplemente estamos ubicándonos en el mapa, mi hijo volverá más tarde a profundizar lo que más pueda mientras yo esté en la conferencia y yo marcaré lo que realmente es un imperdible para mis gustos y lo cubriré antes de partir. Por eso, seguimos caminando, siguiendo obedientemente las señaléticas que dicen "Galeria Uffizi". El paseo es obvio, el mar humano nos conduce directo y mi hijo parte impulsado a sacar fotos mientras yo me quedo pegada mirando a este artista un tanto andrógino, quien junto a una treintena de otros hombres y mujeres que han elegido Florencia para trabajar con su inspiración, captó toda mi atención. Su sensibilidad me impidió seguir, admiré su trabajo en silencio mientras él, con total indefensión se rendía ante su tela. Probablemente no escuchaba, ni veía a nadie, sólo creaba y yo me quedé cerca de él, enamorada de su vibra. Me mantuve absolutamente embobada cerca de media hora, me emociono de pensar que tuve el privilegio de compartir, de manera invisible, con este ser tan inmensamente grande, sin dejar de cuestionarme el que probablemente en ese mismo lugar algunos siglos atrás Donatello, Miguel Angel o Leonardo Da Vinci en su época, también dejaron a más de alguna persona absolutamente absorta. Gracias Dios mío por esa sensación, sin duda la prueba más tangible de creación de arte que he presenciado en mi vida.